Hace unos 170 años, un grupo de avispados hacendados dedujeron que podrían ahorrar mucho dinero si evitaban pagar los elevados costes de alojamiento, alimentación, cuidados médicos elementales y vigilancia que debían prodigar a sus esclavos; costes encarecidos por los altos precios de la trata. Entonces idearon pagar a sus trabajadores un salario, cuyo monto era, por supuesto, muy inferior a lo que gastaban antes. A la cantidad de dinero sobrante le acuñaron el eufemístico nombre de libertad. Hoy en día es aún mejor negocio dar mil euros a un trabajador, a sabiendas que este dinero no cubrirá todas sus necesidades básicas, que gastar cuatro veces más en mantenerle vivo durante el mayor tiempo posible. Porque a diferencia de un esclavo, un trabajador puede ser reemplazado con facilidad. Y esas facilidades de recambio se hicieron imprescindibles con el tiempo. Hasta el punto que la trata de mano de obra fresca resurgió como una necesidad de la sociedad moderna. ¿Pero, cómo hacerlo de forma rentable?, se preguntaron los listos de turno. La solución fue tan simple como la anterior: que sean los futuros esclavos quienes se transporten por sus propios medios hasta el lugar donde son necesarios. Hoy observamos, consternados frente al televisor, a las pateras que desafían el océano y rogamos por que pisen tierra firme y puedan aunar hombros en nuestro desarrollo. A todos nos conviene que lleguen a salvo porque sobre nuestras cabezas se cierne el peligro de que se detenga la cosecha de tomates o la construcción de pisos y se nos esfume entre las manos el todopoderoso Producto Interno Bruto. ¿O acaso podemos oponernos a la inevitable espiral del progreso?
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2 opiniones inteligentes:
Se te olvida el sueño americano: un descendiente de los que iban con el tobillo encadenado es a partir de hoy el encargado de los grilletes, eso sí, con buen rollito y el Bono haciendo los coros
Ya lo dijo Darwin, algunos individuos son capaces de remar más fuerte que el resto de la manada.
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