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NOTICIAS TUNEADAS

El finalito del princi Pito (XII)


31 enero 2008

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El piso siguiente estaba habitado por una célebre cantante de pop. Esta visita fue muy corta, pero le permitió al princi Pito conocer de primera mano cómo se convive con el éxito.
-¿Eres un paparazzi? -le preguntó la cantante, que se encontraba sentada en silencio ante una colección de jeringuillas de diseño usadas, los más disímiles polvos y exóticas formas de presentar el alcohol.
-Ojalá lo fuera -respondió el princi Pito- ¿Qué haces aquí?
-Gasto mi inmensurable tiempo libre.
-¿Estás en el paro? -preguntó muy interesado el princi Pito.
-¿Acaso no me conoces?. Yo grabé un disco de éxito hace dos años. Desde entonces vivo de su comercialización. Este mes estreno fama en China. En el resto del mundo los vendedores de politonos y cobradores del canon digital se encargan de repletar mi cuenta bancaria.
-Yo estaría de mejor ánimo, si guardara tanto dinero -sentenció el princi Pito, intentando adoptar la apariencia de un psicoanalista de lujo.
-Nosotros, los músicos de moda somos indigentes entre los multimillonarios. Esos primeros millones, que nos caen de golpe en la cartera, no nos alcanzan para comprar aviones, palacios, ni llevar el ritmo de gastos de los verdaderos ricos: los dueños de todo -tomó un respiro para catar el whisky de una botella con forma fálica y regalarle una mirada al vacío-. Un día amanecemos como seres superiores ante miles, millones de fans, que se contorsionan en ataques de histeria colectiva. Eso nos hace sentir como dioses. Y como dioses nos presentamos a las fiestas de los amos del mundo y descubrimos que, para ellos, somos sólo los bufones de turno.
-Muy útil tu información. ¿Tienes idea de cuántos discos necesitó vender Julio Iglesias antes de dejar de mirar hacia arriba y poder observar sobre su hombro al resto de la humanidad?
-La felicidad está mucho más allá de poder pagar un piso y tener una pensión asegurada durante la vejez -filosofó la cantante sin dejar de vigilar el vacío.
-Nadie duda de cuan lejos esos polvos consiguen transportar tus pensamientos -replicó al instante el princi Pito.
-Mi terror es despertar en la piel de una persona común.
Y el princi Pito se marchó sin escuchar el resto de la diatriba de la cantante, que en realidad hablaba a una de las manchas ondulante ante sus ojos, asumiendo que esta sería el niño.
"Comienzan a gustarme las personas mayores. Son muy divertidas", se dijo a si mismo el princi Pito durante el viaje.


Continuará...
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El finalito del princi Pito (XI)


27 enero 2008

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El segundo piso estaba habitado por un político de la oposición:
Ah! ¡Ah! ¡He aquí la visita de uno de nuestros votantes -exclamó desde lejos el político tan pronto como vio al princi Pito.
Porque, para los políticos, los otros hombres son posibles votantes.
-Buenos días -dijo el princi Pito-. Usted porta un pizarrón muy gracioso.
-No es un pizarrón. Es una pancarta para manifestarnos en contra del gobierno. Empleamos el material de un pizarrón para poder cambiar con facilidad nuestras consignas -le explicó el político-. En política varían muy rápido las posiciones que defendemos. El objetivo fundamental es oponernos al gobierno. Desgraciadamente no podemos borrar con tanta facilidad las opiniones de nuestros militantes. Por eso no conseguimos muchos asistentes a las manifestaciones y nos vemos obligados a añadir algunos ceros al número de participantes.
-¿Ah, sí? -interrumpió el princi Pito temeroso de que el improvisado discurso se extendiera en demasía y, al mismo tiempo, sorprendido de que el político siempre se expresara en plural, a pesar de estar totalmente solo.
-Si te sientes inconforme con tus condiciones y medios de vida, lo más relajante es gritar "Presidente dimisión" -le aconsejó el político.
El princi Pito gritó con entusiasmo. El político le entregó la pancarta (nunca un dirigente porta los carteles ni hace el trabajo sucio que corresponde a las masas) y luego saludó a un público imaginario adoptando la estudiada pose de humilde defensor de los derechos colectivos.
"Esto es más entretenido que la visita al rey", se dijo a sí mismo el princi Pito. Y gritó algunas arengas de su propia inspiración. El político inclinó la cabeza ante su etéreo público.
Después de cinco minutos el princi Pito se cansó de la monotonía del juego.
-¿Qué hay que hacer para que un político diga lo que realmente piensa?
Pero el político no lo oyó. Los políticos sólo escuchan lo que les conviene.
-¿Nos votarás en las próximas elecciones? -preguntó al princi Pito.
-¿Cómo podría estar seguro que cumplirán sus promesas?, o ¿cómo darme cuenta si sus propuestas son cambios tan insignificantes que no mejorarán realmente mis condiciones de vida?
-¿Te va bien con los actuales planes del gobierno? ¿Han mejorado o empeorados tus condiciones de vida?
-¡Pero ustedes tampoco lo cambiarán!
-Vamos, son unos pocos años -aclaró el político-. Si te cansas puedes votar luego a los actuales gobernantes. Al menos te ofrecemos la esperanza de un cambio y averiguar por ti mismo si funciona.
-Es cierto -afirmó el prici Pito-. Luego de unos pocos años en el poder serán contratados como asesores con sueldos millonarios. Al menos ustedes lo consiguen.
Y el princi Pito se fue.
"Los políticos son ciertamente muy extraños: intentan convencer de los embustes más evidentes con espeluznante naturalidad. Y hasta lo consiguen", se dijo a sí mismo durante el viaje.

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El finalito del princi Pito (X)


26 enero 2008

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Un día decidió conocer los pisos vecinos en busca de entretenimiento y sustento económico. El primer domicilio visitado estaba habitado por un rey. El rey, vestido de púrpura y armiño, estaba sentado sobre un tono muy sencillo y, sin embargo, majestuoso.
Ah!, he aquí un presidente del gobierno.
Y el princi Pito se preguntó: "¿Cómo puede saber de mis ambiciones políticas si jamás ha conversado conmigo?"
No sabía que, para los reyes, el mundo está muy simplificado. Sólo el presidente del gobierno y los sucesores al trono entran a su despacho.
-Acércate para poder distinguir a que partido perteneces -le dijo el rey, mientras pensaba: "Es que se parecen tanto los partidos hoy en día".
El princi Pito miró con desdén a los ojos del rey y, sin más preámbulos, le espetó:
-Me gustaría atacar Irak
-Atacar a otros países es contrario a las normas internacionales -le dijo el monarca-. Te lo prohibo.
-No lo puedo evitar -respondió risueño el princi Pito-. Es lo que desean los americanos.
-Entonces -le dijo el rey- te ordeno atacar. Hace mucho tiempo que no participamos en una guerra. Un conflicto bélico me hará sentir como el verdadero capitán del ejército. ¡Vamos!, ataca, es una orden.
-Es que..,quizás...el resto de la comunidad internacional no esté de acuerdo con nuestras acciones -dijo el princi Pito, esbozando una sonrisa de burla.
-¡Hum! ¡Hum! -respondió el rey-. Entonces, ...ordeno retirar nuestras tropas inmediatamente.
Refunfuñó un poco, y pareció irritado.
Porque el rey quería, sobre todas las cosas, que su autoridad fuera respetada. No toleraba la desobediencia. Pero como no quería perder su beca vitalicia, ni la de su familia, daba órdenes razonables.
"Si ordeno -decía frecuentemente-, si ordeno a Bono transformarse en ministro de defensa, y este no lo consigue, no será su culpa. Será culpa mía."
-Sire...¿Sobre qué reina usted?
-Sobre todo -le respondió el rey con campechana sonrisa.
-¿Sobre todo?
El rey con un discreto gesto sobrevoló con su mano el mapa de la nación, extendido sobre el escritorio, deteniéndola, de vez en vez y con aparente ingenuidad, en algunas regiones donde su señorío era más bien débil; incluso en algunos minúsculos puntos del mapa donde su gobierno era pura ilusión.
-¿Sobre todo eso? -preguntó el princi Pito.
-Sobre todo eso...-contestó el rey.
-¿Y los humoristas lo obedecen?
-Seguro -se jactó el rey-. Te lo digo con la misma seguridad que tengo en que hoy es Jueves y ayer fue miércoles. Obedecen al instante. No tolero la indisciplina.
Un poder tan maravilloso hizo renacer la hilaridad del princi Pito. Y se atrevió a solicitar algunas gracias al rey:
-Quisiera ver el fin de ETA y la eliminación del canon digital.
-Si ordeno a un obispo que case a una pareja homosexual y que difunda la ceremonia mediante la Cope, si ordeno a bancos y políticos que piensen en el bienestar de la mayoría, si ordeno que se calle al presidente de otra nación, y ninguno cumple la orden recibida, ¿de quién será la culpa, de ellos o mía?
-Será vuestra -respondió firmemente el princi Pito.
-Exacto. Es necesario exigir a cada una lo que cada uno pueda dar.
-¿Vale también para los impuestos? -interrumpió el princi Pito.
-La autoridad reposa, ante todo, sobre la razón -continuó el rey sin inmutarse-. Si ordenas a tu pueblo tirarse al mar, hará la revolución. Y si tú haces la revolución a la cubana, el pueblo se lanzará a la mar. Tengo derecho a exigir obediencia y a leer cada Navidad mi mensaje a la nación porque mis órdenes son razonables.
-¿Y el fin de ETA y el canon? -recordó el princi Pito, que jamás olvida una pregunta una vez que la había formulado.
-Lo tendrás. Lo exigiré. Pero esperaré, con mi ciencia de gobernante, a que las condiciones sean favorables.
-¿Cuándo será eso? -averiguó el princi Pito.
Hem! ¡hem! -le respondió el rey, que consultó antes las predicciones de Nostradamus- ¡hem! ¡hem!, será en...en..será cuando gobierne Izquierda Unida. Verás como soy bien obedecido.
El princi Pito bostezó al sólo escuchar mencionar el nombre de la formación política. Y como ya se aburría un poco:
-No tengo nada más que hacer aquí -dijo al rey- ¡Me piro!
-No te vayas -pidió el rey, que estaba orgulloso de encontrar a alguien que le prestara tanta atención- No te vayas, ¡te ofrezco la mano de mi hija!
-¿Cómo?
-Si, de mi hija mayor, que vuelve a estar soltera.
-Gracias, pero la diferencia de edad es mayor que la existente entre Sara Montiel y su cubano.
-Te puedo conseguir un título nobiliario -insistió el rey-. Si eres capaz de provocar suficientes escándalos tu único trabajo en el futuro sería visitar esporádicamente a los noticistas de la mal llamada prensa del corazón.
Durante unos instantes el princi Pito imaginó gozoso la hipotética situación sugerida por el rey. Sin embargo, su corta experiencia ya le bastaba para desconfiar de las promesas de alguien que necesita entretenerse. "Las personas mayores son bien extrañas", se dijo a sí mismo al partir.


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El finalito del princi Pito (VI)


23 enero 2008

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¡Ah! princi Pito, así, poco a poco, comprendí tu animada vida, plena de gamberradas. Durante mucho tiempo no hallaste otra distracción que cortar la luz a los pisos vecinos. Conocí este nuevo detalle cuando me dijiste:
-Adoro los apagones. Vamos a provocar alguno.
-Pero se molestarán los vecinos.
-¿Y a ti que te importa si se molestan o se dejan de molestar?
-Los apagones son sólo competencia de las empresas eléctricas.
Al principio tomaste un aire de sorpresa, después reíste de ti mismo. Y me dijiste:
-¡Siempre creo que estoy en Barcelona!
En tu pequeño edificio te bastaba descender algunos escalones. Y seleccionabas a tu gusto el crepúsculo eléctrico del infeliz de turno...
-Un día provoqué cuarenta y tres apagones.
Y más tarde añadiste:
-Sabes...cuando uno está muy aburrido quiere oír rabiar a los vecinos.
-¿El día de los cuarenta y tres apagones, nadie logró descubrirte?
Pero el princi Pito no respondió.

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Éxito de la SGAE en cacerolada en su contra


19 enero 2008

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Los cerca de 200 participantes de la cacerolada en contra de la SGAE cometieron el grave error de hacer sonar las cacerolas con ritmos registrados por la propia SGAE. Esta altruista organización hizo caja con la desinteresada donación musical de los congregados en la "Praza do Obradoiro" de Santiago de Compostela.

Aunque estaban registrados los derechos de las músicas improvisadas por los asistentes, las espontáneas letras de las canciones interpretadas fueron totalmente originales: "Copiar, pegar, poder modificar", "Amancio Ortera , copia y pega", "Todos y todas somos creadoras", "Ahí está la cueva de Alí Babá", "Copyleft, cultura libre", "Nos somos piratas, ustedes son ladrones".

Justo frente a la referida plaza, la SGAE celebraba "La noche de los autores". Eso sí, con músicas y canciones menos originales que la de los manifestantes.

Esta noticia es una traducción libre del gallego de la información reportada en cntgaliza, que, como era de esperar, fue promovida a la portada de menéame.



El finalito del princi Pito (V)


17 enero 2008

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A cada instante aprendía algo sobre su barrio, sobre sobre su vida, sobre sus medios de subsistencia. Todo venía espontáneamente, sin meditar. Fue así como conocí el drama de los ocupas.

Y en efecto, en el piso patera del princi Pito había inquilinos que pagan el alquiler y otros que viven de ocupas. Por consiguiente, buenos convivientes y otros de cuidado. Pero en la oscuridad de la noche no se distinguen los habitantes legales de los ilegales.

Los ocupas se camuflan en los pisos pateras, duermen en ellos sin revelar sus secretas intenciones, hasta que, aprovechando un descuido de sus habitantes, cambian las cerraduras y asumen el control total del la morada. Si se tratara de una vivienda vacía, sólo sería preciso armarse de paciencia para recorrer los enrevesados caminos legales hasta lograr que echen a los indeseables. Pero si se tratara de un piso patera las consecuencias son dramáticas por las decenas de personas que pueden quedar en la calle, que, desesperadas, intentarían recuperar el domicilio perdido, generando una violencia de consecuencias impredecibles. Cuando se descubre a un ocupa es necesario deshacerse de él enseguida. Si hay inquilinos terribles en el piso patera del princi Pito...ésos serían los ocupas. El barrio estaba infestado de ellos. Y si un ocupa no se echa a tiempo, ya jamás se podrá echar. Cubren todo el edificio. Lo dañan hasta los cimientos. Y si la edificación es demasiado pequeña y los ocupas demasiados numerosos, lo pueden convertir en un solar.

"Es una cuestión de disciplina", me dijo el princi Pito. "Cuando uno termina su aseo por la mañana (es sólo un modo de hablar de esos primeros minutos tras despertarse), se debe hacer, cuidadosamente, el aseo del piso. Uno debe obligarse, regularmente, a echar los ocupas desde que los diferencia de los inquilinos que pagan su parte del alquiler, aunque se parecen mucho cuando son recién llegados. Es un trabajo aburrido, pero muy fácil.

Un día me aconsejó intentar un dibujo para meter en las cabezas de los niños de mi barrio esta idea: "Si algún día peregrinan de piso en piso", me decía, "les podría ser muy útil. A veces no hay inconvenientes en dejar el trabajo para más tarde. Pero si se trata de ocupas es siempre una catástrofe. Conocí un piso habitado por un perezoso. Había descuidado tres pichones de ocupas..." Y bajo las indicaciones del princi Pito dibujé a esta familia ocupa.

No me gusta mucho dármelas de moralista. Pero el peligro de los ocupas es poco conocido. Para prevenir a mis amigos de un peligro que los acecha desde hace tiempo, como a mi mismo, sin conocerlo, he trabajado tanto en este dibujo. La lección que les doy vale la pena. Quizás ustedes se preguntarán: ¿Por qué no hay otros dibujos grandiosos como el de los ocupas en este libro?. La respuesta es muy sencilla: He trabajado, pero no he podido conseguirlo. Cuando dibujé los ocupas estaba animado por el sentimiento de la urgencia.

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El finalito del princi Pito (IV)


14 enero 2008

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Supe así una segunda cosa muy importante: ¡Su piso era de apenas cinco metros cuadrados! Esto no podía asombrarme mucho. Sabía que más allá de las grandes mansiones, de portón adornado con nombre propio, hay miles de habitáculos subdivididos en fracciones tan pequeñas que ni aparecen en las declaraciones a hacienda. Cuando un inspector descubre uno de estos le pone un nombre, por ejemplo "barracón 8/13"; que indica el octavo trozo de la habitación trece.

Tengo serias razones para creer que la residencia habitual del princi Pito es el famoso "Piso-patera 69", descrito por uno de esos estimulantes reportajes del programa Callejeros, que pasan en La Cuatro, y que ha sido bajado cientos de veces del sitio de Youtube.

Si les he contado estos detalles acerca del piso-patera 69 y les he dicho su número, es a causa de las personas mayores. Las personas mayores no comprenden las cifras. Y no imaginen que me he adherido, oportunamente, a la corriente filosófica enunciada por Solbes, acerca de la imposibilidad intrínseca de comprender el valor de un euro, Conocida también como el principio de incertidumbre cuántica del siglo XXI o principio de incertidumbre de Solbes.

Les explico con algunos ejemplos. Si les dicen a las personas mayores: "He visto una bella casa de ladrillos rojos, con geranios en las ventanas y palomas en el techo...", no sólo llegarán a imaginar la casa, sino también tus inclinaciones sexuales. Su primer comentario será: "Te cagó una paloma, ¿verdad? Algún día esos bichos nos echarán de las plazas". Sin embargo, si dijeran que visitaron una casa de ocho cientos mil euros, escucharán al instante: "¡No puedo ni imaginármela!".

Y es que no se acostumbran a las cifras. Si las personas mayores escuchan que se construirán pisos de treinta y cinco metros cuadrados, para los jóvenes, asumen una posición letárgica, arrugando los ojos en señal de que calculan mentalmente el área referida. En realidad, se están diciendo a si mismos que treinta y cinco metros es una distancia considerable. Pero como notaron que el tono del comentario indicaba que las dimensiones no podrían ser muy grandes, intentan encoger esa longitud de alguna forma, para que luzca más pequeña. La imagen ante nuestros ojos es muy similar a la de un ordenador mareado en un bucle infinito. Sólo comprenden cuando las televisión muestra imágenes de algún afortunado, en su mini-piso, que con una sonrisa de doble satisfacción evacúa el vientre en su trono de mármol blanco, y al unísono, con toda comodidad, estira ligeramente los brazos para voltear la tortilla que se dora en el fogón, justo al frente.

Esas mismas personas, conocedoras ya de la insignificancia de treinta y cinco metros cuadrados, pueden ser convencidas, en emisión televisiva posterior, de la masiva asistencia a la manifestación de turno. Y maravillados por el apoyo popular a la idea de moda, no reparan en que para repletar del modo descrito la plaza por donde pasean cada tarde, se precisaría agrupar a treinta y cinco ardorosos manifestantes en cada metro cuadrado.

Así son ellos. No debemos odiarlos. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores. ¡Pero nosotros, que comprendemos la vida, no podemos olvidarnos de los números! Me hubiera gustado comenzar esta historia como un cuento de hadas. Me hubiera gustado decir:
"Había una vez un princi Pito que vivía en una gigantesca mansión y que tenía necesidad de un amigo..., como yo" Para aquellos que comprenden la vida, esto les hubiera parecido realmente afortunado.

Confieso que temo llegar a ser como las personas mayores, que no entienden de cifras. Es por eso que, a veces, sueño con seguir un camino de pillaje, como el princi Pito, y llenarme la panza a costa del sudor ajeno. Me permito un pequeño hurto en la oficina, me marcho cuando me toca pagar la ronda de cerveza. Ensayo de varias manera, mejor y peor. Mas, yo, desgraciadamente, no tengo ese desparpajo para el crimen, como mi pequeño asaltante. Tal vez soy un poco como las personas mayores. Debo estarme poniendo viejo.

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El finalito del princi Pito (III)


13 enero 2008

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Necesité mucho tiempo para comprender de dónde venía. El princi Pito, que me hacía muchas preguntas, no parecía jamás oír las mías. Sería un excelente político, pensaba entonces. Sólo por las palabras pronunciadas al azar pude, poco a poco, enterarme de todo. Así, cuando vio mi coche por primera vez (no les enseño mi coche porque me avergüenza tanto como mostrar unos calzoncillos rotos), me preguntó:
-¿Qué es esta cosa?
-No es una cosa. Rueda. Es un coche. Es mi coche.
Y me sentí orgulloso haciéndole saber que yo conducía. El princi Pito soltó una alegre carcajada que me irritó mucho (no se dominan fácilmente los complejos de toda una vida junto). Después añadió:
-Entonces, ¡tú también conduces! ¿De qué barrio eres?
Vislumbré, de pronto, un destello, en el misterio de su presencia (no copié la frase de un telenovela), y lo interrogué bruscamente:
- Y tú, ¿vives en este barrio?
Pero no me respondió. Sacudió la cabeza dulcemente (yo me alejé con discreción para evitar el posible suministro de piojos), mientras miraba mi coche:
-Verdad es que en ese trasto, no puedes haber venido de muy lejos.
Y se sumió en una ensoñación que duró mucho tiempo. Ustedes habrán pensado en las mismas sustancias que yo. Después, sacó la tarjeta de crédito de su bolsillo, y se hundió en la contemplación de su tesoro. Entonces me esforcé por saber más:
-Si quieres, te adelanto a casa...
Me respondió tras un meditativo silencio:
-Lo que me gusta de esta tarjeta que me distes es que me puede ayudar a forzar algunas puertas.
Y luego, señalando el atasco que comenzaba a congestionar el tráfico por la avenida, añadió:
-Hacia delante no siempre se puede llegar muy lejos.
Intenté, durante largo tiempo, encontrar un profundo contenido encerrado en esta frase, mas no lo conseguí. En mis pesadillas recurrentes, me golpeo la cabeza una y otra vez, al pretender atravesar una pared de cristal, mientras escucho la voz del pequeño gamberro repitiéndome en tono de burla:
-Hacia delante no siempre se puede llegar muy lejos. Hacia delante no siempre se puede llegar muy lejos. Hacia delante no siempre se puede llegar muy lejos...

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El finalito del princi Pito (II)


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Viví así, solo, sin alguien con quien conversar verdaderamente, hasta que tuve una avería en un barrio marginal, de cuyo nombre no quiero acordarme, hace seis años. Algo se había roto en el motor de mi coche de segunda mano. Y como los del transporte público se tomaron esa jornada de huelga, el saldo del móvil se había agotado, los teléfonos públicos habían sido desguazados en vida, y nadie mostraba interés en ayudarme, me dispuse a intentar, completamente solo, una difícil reparación.

Estaba más solo que el candidato a la presidencia de un partido ecologista. Imagínense, pues, mi sorpresa, cuando al oscurecer, llamó mi atención una graciosa vocecita que me decía:
-Tío... ¡Déjame un euro!
-¡Eh!
-Déjame un euro.
Salté sobre mis pies como si intentaran sustraerme la cartera. Presioné los bolsillos del pantalón con los codos e intenté frotarme los ojos con los mismo ojos, pues las manos estaban completamente manchadas de grasa. Miré bien. Y vi a un gamberro que me observaba con cara de pocos amigos. He aquí el mejor retrato que, más tarde, logré hacer de él.

Pero mi dibujo, claro está, es mucho menos maravilloso que el modelo. No es culpa mía. Los planes de educación los cambian tantas veces, al vaivén de los intereses políticos, que la formación artística queda en una posición bien relegada en la lista de las habilidades adquiridas en el cole.

Miré aquella aparición con los ojos redondos de sorpresa. No olviden que no conocía el barrio. Además, el gamberro no parecía ni hambriento, ni cansado. No tenía en nada la apariencia de un niño que more en las calles. Cuando al fin logré hablar, le dije:
-Anda a pedírselo a tus padres
Y me respondí con una voz entre dulce y amenazante:
-Si llamo a mis colegas, te daremos una paliza, que serán tus padres quienes no te reconocerán.
Hay veces que es imposible desobedecer. Aunque me pareciera absurdo, rodeado de gente que pudiera protegerme pero que se empeñaba en ignorarme, saqué de mi bolsillo una moneda y se la entregué. Su respuesta fue:
-Ahora noto que, en realidad, necesito cinco euros. El alcohol ha subido mucho.
Recodé entonces el único dibujo que era capaz de hacer. Con la grasa de las manos esbocé la billetera sobre el reverso de una etiqueta que recogí del suelo. Me quede maravillado cuando el gamberro me espetó:
-¿Crees que soy imbécil? En mi casa ya no hay espacio para papeles sucios. Y esa billetera no vale ni dos céntimos. Me das cinco euros, o hago que te destrocen el coche.

Le ofrecí mi reloj pulsera. Él lo miró atentamente antes de emitir su opinión:
-Ese lo comprantes donde los chinos. No debe valer ni dos euros. Quiero un billete, ahora.
Intenté salir del entuerto con otras ofertas. Lo cierto, es que en esos días, a finales de mes, mi billetera estaba más vacía que una sala de cine especializada en filmes clásicos. Finalmente, le entregué una tarjeta de crédito con un irreparable error de lectura.
-Dentro está tu dinero- le dije.
Quedé muy sorprendido al ver iluminarse con sorna el rostro de mi joven asaltante:
-Vale. Déjame la clave.

Así fue como conocí a Pito. Al que, quizás en venganza por sus molestias o tal vez por joderlo de algún modo, bauticé como el princi Pito.

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El finalito del princi Pito (I)


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Una vez, cuando tenía seis años y esperaba a mi madre en la recepción de la oficina de hacienda, descubrí, bajo una pila de formularios desechados, la colorida portada de la revista Forbes, que anunciaba una lista de las diez personas más ricas del mundo. Tomé la publicación disimuladamente, anhelando disfrutar mi primera inmersión en las sensuales profundidades de la pornografía, imaginando cuan ricas estarían esas ricas. Mi decepción fue inmensa al encontrar imágenes como la siguiente.
La revista describía a unas cien personas que prácticamente han engullido una enorme fracción del dinero que circula por el mundo. Que dormirán felices y tranquilas el resto de sus días, mientras transcurre la digestión monetaria de sus fortunas en las cálidas bóvedas de los bancos; aportando así, dividendos constantes al resto de su organismo financiero.

Reflexioné mucho entonces sobre las aventuras del dinero en las selvas comerciales y, a mi vez, logré trazar con un lápiz de color mi primer dibujo. Mi dibujo número uno. Era así:
Mostré mi obra maestra a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les producía satisfacción.
Me respondieron entre carcajadas: "¿Por qué un trozo de mierda va a producirnos satisfacción?", mientras se rascaban la panza, los huevos o las tetas, dependiendo del sexo y preferencias del sujeto interpelado.

Mi dibujo no representaba un trozo de mierda. Representaba una billetera repleta de dinero. Dibujé entonces los billetes en el interior de la cartera para que las personas mayores pudieran comprender. Ellas siempre necesitan explicaciones. Mi dibujo número dos era así:


Las personas mayores me aconsejaron dejar a un lado los dibujos de billeteras, abiertas o cerradas, e interesarme más por los juguetes que les compraban a mis vecinos y los programas de cotilleo que transmiten en horario infantil. Fue así como abandoné, a los seis años de edad, una magnífica carrera de millonario. Quedé traumatizado por el fracaso de mi dibujo número uno y mi dibujo número dos, hasta el punto de llegar a sentir hedor a mierda en mis manos. A las personas mayores les es muy difícil comprender por sí solas que existan billeteras abultadas. Ellas emplean tarjetas de crédito para pagar con dinero que aún no poseen. Y sus cuentas corrientes muestran generalmente números negativos en tonos rojos. Para un niño es demasiado abstracto representar billetes negativos dentro de una cartera.

Tuve que escoger otro oficio y me hice funcionario. Rodé de oficina en oficina, y la revista Forbes, en verdad, me ilusionó muchas veces. Aprendí a diferenciar, al primer vistazo, a una persona pudiente de un mediocre empleado, como yo. Esto es muy útil si el salario no rebasa los mil euros.

Tuve así, a lo largo de mi vida, muchísimos contactos con muchísima gente seria. Viví entre muchas personas mayores, compartiendo con ellas un piso en alquiler. En el metro las he llegado a ver muy de cerca. Esto no ha mejorado mucho mi opinión, sobre todo por algunos olores con los que suelo tropezarme.

Cuando encontraba a alguien que me parecía un poco inteligente, hacía con él la experiencia de mi dibujo número uno, que siempre conservé. Quería saber si era verdaderamente comprensivo. Pero siempre me respondía: "Es un trozo de mierda". Entonces no le hablaba ni de billeteras llenas, ni de proyectos millonarios, ni de gente exitosa. Me ponía a su alcance. Les hablaba de hipotecas impagables, de los atropellos del gobierno de turno y de los famosos de la tele. Y la persona mayor se sentía muy contenta de haber conocido a un hombre tan razonable.

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El finalito del princi Pito (dedicatoria)


12 enero 2008

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A Feli Pito

Tengo una poderosa excusa para dedicarle este libro a una persona mayor: actualmente los niños no leen. Excepto los finlandeses. Pero no creo que en Finlandia interese mi obra. Tengo otra excusa: no son estos los tiempos más propicios para mostrarse involucrado en asuntos de niños, aún cuando, en el pasado, lograra superar mi vocación sacerdotal. Tengo una tercera excusa: ningún niño podría acompañarme a tantas cervezas como esa persona mayor. Y hasta una cuarta excusa: de niño no comprendí para nada la versión original de "El Principito". Su lectura me resultó más apropiada durante los "tormentos" de la adolescencia. Si todas estas escusas no bastaran, pueden conectarse a mi cuenta en twitter, donde reporto las excusas que uso durante el día. Por tanto, enmiendo mi dedicatoria:

A Feli Pito
cuando, de niños, éramos novios.



La huelga de guionistas de Hollywood afecta a Microsoft


07 enero 2008

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Hasta la poderosa Microsoft se ha visto afectada por la huelga de guionistas de Hollywood, que ya se prolonga algo más de dos meses. El propio Bill Gates debió encargarse personalmente de escribir el guión de un corto que anuncia su próximo retiro como "empleado" a tiempo completo de la compañía de la que es fundador y presidente.

Recordando sus años mozos, cuando copiaba a otros sus primeros sistemas operativos MS-DOS y Microsoft Windows, el rico Gates no tardó mucho en hacerse de un guión. Unas pocas horas de televisión le bastaron para comprender la esencia de este nuevo negocio. El resultado se los muestro a continuación. La calidad del mismo tiene el nivel de elaboración al que Microsoft nos tiene acostumbrados. Les advierto que cuesta bastante comprender el castellano de Bill.



El lado oscuro del corazón


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Nunca imaginé que existieran los que no conocen a Eliseo Subiela.

Aquí va el poema completo de Oliverio Girondo, declamado en el filme.

NO SE ME IMPORTA UN PITO...

No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo



HdP, biografía de un cobrador del canon


03 enero 2008

« sin comentarios»


El día que inauguraron el portal de venta de libros en lenguas ibéricas, ámazon.es, encontré una oferta increíble por la versión en tapa dura de "HdP, biografía de un cobrador del canon". Su autor, Ramonzon Zin, es uno de esos maestros de la palabra ajena que generalmente pasan desapercibidos al público mayoritario. Debo confesar que en ese momento me interesó más el módico precio de cincuenta céntimos que su desabrido título. Sin embargo, tras unos pocos minutos de lectura, al concluir el delgado volumen, quedé fascinado con la triste peregrinación del personaje a este mundo, tronchada por su violenta muerte, que resonó en todos los medios de prensa. Y que fue, quizás, la única noticia que llegó a la mayoría de nosotros sobre la singular vida de HdP.

No puedo decir que HdP sea un ejemplar típico entre los cobradores del canon, mas no quiero dejar pasar la oportunidad de compartir con ustedes un breve resumen de los pasajes que más me impresionan de su biografía porque supongo que muchos tendrán alguna vivencia o pensamiento en común con el protagonista. Así que les presento un breve esbozo de esta obra, evitando rebasar los estrechos márgenes, tras los que nos acorralan los regidores de los "derechos de autor".

"... HdP creció arropado por una familia de ínfulas intelectuales. Se crió prácticamente rodeado de los libros que estibaba su padre para una prestigiosa editorial, y entre los ecos de las películas en el trabajo de su madre, una célebre acomodadora de cines. El pensamiento conservador de este matrimonio influyó largamente en su vida y obra. Desde pequeño conoció de la alarma de sus progenitores por la abolición de la pena de muerte en un número cada vez mayor de países. Se quejaban consternados de las enormes posibilidades de reincidencia de los delincuentes, y de la arbitraria supresión del escarmiento que se le podría dar a futuros criminales con la aséptica eliminación de los descarriados. Los atormentaba también cualquier tipo de ley sobre el aborto. Por supuesto, no por disquisiciones sobre la muerte de los fetos, sino por las actitudes liberales que las nuevas legislaciones pudieran generar entre las jovencitas. Aunque su verdadero terror eran las opiniones ajenas. Fobia que no lograban disimular, hasta tal punto que cohibían a los que se les acercaban."

....

"Durante los interminables primeros años de su vida, a HdP no se le permitió, jamás, jugar en una plaza o relacionarse con otros niños de su edad, debido al obsesivo temor de los padres a que se dañara. A la hora de comer, la sal fue siempre un lujo y las grasas, de cualquier tipo, un tabú en la lucha encarnizada contra padecimientos imaginarios que acechaban por doquier. Se le prohibió el saludo a todo ser humano, para evitar posibles secuestros por conocidos, que son los más dramáticos. Nunca rozó a un animal. La primera vez que pisó la yerba, calzando seguras botas de piel, fue el día que cumplió cuarenta años."

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"El niño desarrolló una apariencia tan enclenque como su personalidad, acentuada por globos oculares que luchaban contra el vértigo de caer al vacío oscilando indecisos por el exterior de sus cuencas. En el colegio, se convirtió en un laboratorio ambulante de las técnicas de acoso escolar usadas hoy en día. No se enfrentó a agresión alguna temiendo respuestas más severas. La delación fue la única salida factible. Buscando protección en los profesores, logró transformase en un espía sigiloso y efectivo, que perfeccionó la envidia hasta niveles que rebasaron largamente los estándares de su época. Luego descubrió las ventajas de adular a los más robustos del grupo. Su perseverancia en este método de subsistencia le permitió hacerse de una sólida posición en el colectivo. Aunque sus opiniones nunca se escucharon de su boca, llegaron muchas veces a realizarse gracias al impulso proporcionado por músculos ajenos."

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"A pesar de lograr escalar posiciones en la violenta sociedad colegial, la reglamentaria estancia en los centros de enseñanza no dejó de ser un tormento, que finalizó con el último curso de la secundaria. Pasado el amargo trance, dedicó los cinco años siguientes a la instrucción por cuenta propia. Encerrado en casa de los padres, destinaba a la televisión hasta 14 horas diarias. Se concentró en un único canal, porque su búsqueda personal de la sabiduría le alejaba de los conocimientos enciclopédicos. Al finalizar el lustro de auto aprendizaje se sintió con fuerzas y ánimos suficientes para enfrentarse a la vida en el exterior."

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"La música fue lo que más le repugnó entre todas las cosas deleznables que encontró en sus paseos callejeros. Aquellas melodías altisonantes le impedían escuchar las conversaciones ajenas. Agazapado en los rincones más apartados de los bares, como un extraterrestre recién llegado al planeta, intentaba descifrar la vida de los otros, buscando cierta información, que ni él mismo acertaba a definir y que aparentemente estaba codificada en claves ininteligibles. Las mujeres le atraían especialmente, pero temblores espasmódicos, como movimientos telúricos, se sucedían en su cuerpo si atisba en algún pensamientos tan sólo la intención de mirar a una chica. No hablaba a los hombres, por temor a que sospecharan motivaciones homosexuales en el introvertido solitario. El meditabundo divagar de antro en antro pronto le convenció de que erraba en círculos, sin rumbo concreto, y que necesitaba urgentemente un nuevo camino..."

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"HdP sufrió una gran decepción cuando rechazaron su solicitud de ejercer como inspector de hacienda, ignorando su exquisita preparación autodidacta. Este hecho lo sumió en una tenaz depresión que lo ató varios años más al televisor. Pero en esta ocasión, sin la concentración de ávido aprendiz que desplegara unos meses antes. Afortunadamente, su reclusión voluntaria le deparó algunas alegrías. Orgulloso asistió a las imágenes de la segunda invasión a Irak. -¡Lógico, lógico! -le insistía a su famélica conciencia-. Deben ser atacados aunque por ahora sólo sospechemos que en un futuro, no importa cuan lejano sea, pudieran fabricar armas de destrucción masiva. Se dice que años después, siendo ya cobrador del canon, HdP rememoraba frecuentemente estos hechos y solía afirmar: -La filosofía del canon, que se basa en la simple (aunque genial) idea de que el ciudadano pague antes de llegar a cometer el delito es, como tantas veces, un invento americano.

Poco tiempo después, cuando en los aeropuertos de los Estados Unidos de América, alias USA, se implantaron los controles exhaustivos sobre los pasajeros, que incluyen registros fotográficos y dactilográficos, se escucharon gritos emocionados desde su solitario cuarto -¡Claro, claro, está muy claro, todos somos potenciales terroristas!. Quizás de estos gloriosos días data el origen de su célebre pensamiento: -A diferencia de los americanos que aplican sus leyes tipo canon a extranjeros, nosotros tenemos el coraje de aplicárnoslas nosotros mismos."

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"La convocatoria a plazas de cobrador del canon por una recién fundada organización, cuyas siglas siquiera acertaba a recordar, le llegó de modo casual, como una voz lejana, que no comprendía bien, y que lo empujó a la calle sin mucha conciencia de sus actos. Aceptó el nombramiento con más desdén que alegría, al considerar que aquella era una posición inferior a sus posibilidades. Sólo al cabo de varias semanas de labor comenzó a sentir empatía por la función asignada, al descubrir la multitud de posibilidades que le permitía: Llegó a comprender que toda su vida se había preparado para una labor como aquella. Atisbó y espió a sus anchas. Su influencia comenzó a crecer por días. Era capaz de descubrir posibles recaudaciones en los lugares más insospechados."

HdP llegó a ser una leyenda en su medio. Sin embargo. considero que a partir del punto de la biografía donde se describe la obrar del gran cobrador, Ramonzon Zin confunde la ejecutoria del personaje con la de otros reconocidos recaudadores, y mucha veces le atribuye proezas que no realizó. La historia sobre la demanda a una guardería infantil porque los niños cantaban de forma espontánea canciones protegidas, es apócrifa, sin lugar a dudas. El detallado relato de la boda en que HdP se disfrazó de dama de compañía para descubrir a los infractores de la ley, muestra demasiadas lagunas, a pesar de la corroborada veracidad de los hechos. Los enfrentamientos a Telefónica porque se negara a reportar sobre las personas que durante las conversaciones telefónicas entonaran canciones gravadas por el canon, nunca ha podido ser comprobada. Los ataques sistemáticos a la Wikipedia, para insultar a los articulistas sobre las licencias Creative Commons y el Copyleft, son evidentemente ridículas.

Ramonzon Zin dedica las últimas páginas de su libro a narrar la fatal muerte del inquisidor del canon. Este es el capítulo más logrado de toda la biografía. El autor logra novelizar los trágicos acontecimientos usando como fuente principal de información la minuciosa reconstrucción policial de los hechos. Y nos brinda un relato fresco y consistente, a pesar de tratarse de una historia desmenuzada e infinitamente publicada por la prensa. Leyendo su libro llegué a sentirme en la piel de HdP cuando escuchó al célebre cantante (cuyo nombre no menciono para evitar profundizar en las heridas aun supurantes) entonar una melodía propia, mientras se duchaba. Confundiendo la voz con una grabación se aventuró a entrar a escondidas a la casa de marras para intentar pillarlo in franganti. El canta autor, que desconfiaba mucho más de su previsible impotencia en retener a su lado la diáfana belleza de su esposa que de la transparencia de los actos de esta, confundió al espía con un amante. La confusión desencadenó la conocida tragedia que destrozó para siempre la felicidad acunada al arrullo de los éxitos del juglar. Ustedes conocen el resto de la historia. Mi comentario termina aquí, recomendándoles enfáticamente esta biografía.


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