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NOTICIAS TUNEADAS

El finalito del princi Pito (IV)


14 enero 2008

Supe así una segunda cosa muy importante: ¡Su piso era de apenas cinco metros cuadrados! Esto no podía asombrarme mucho. Sabía que más allá de las grandes mansiones, de portón adornado con nombre propio, hay miles de habitáculos subdivididos en fracciones tan pequeñas que ni aparecen en las declaraciones a hacienda. Cuando un inspector descubre uno de estos le pone un nombre, por ejemplo "barracón 8/13"; que indica el octavo trozo de la habitación trece.

Tengo serias razones para creer que la residencia habitual del princi Pito es el famoso "Piso-patera 69", descrito por uno de esos estimulantes reportajes del programa Callejeros, que pasan en La Cuatro, y que ha sido bajado cientos de veces del sitio de Youtube.

Si les he contado estos detalles acerca del piso-patera 69 y les he dicho su número, es a causa de las personas mayores. Las personas mayores no comprenden las cifras. Y no imaginen que me he adherido, oportunamente, a la corriente filosófica enunciada por Solbes, acerca de la imposibilidad intrínseca de comprender el valor de un euro, Conocida también como el principio de incertidumbre cuántica del siglo XXI o principio de incertidumbre de Solbes.

Les explico con algunos ejemplos. Si les dicen a las personas mayores: "He visto una bella casa de ladrillos rojos, con geranios en las ventanas y palomas en el techo...", no sólo llegarán a imaginar la casa, sino también tus inclinaciones sexuales. Su primer comentario será: "Te cagó una paloma, ¿verdad? Algún día esos bichos nos echarán de las plazas". Sin embargo, si dijeran que visitaron una casa de ocho cientos mil euros, escucharán al instante: "¡No puedo ni imaginármela!".

Y es que no se acostumbran a las cifras. Si las personas mayores escuchan que se construirán pisos de treinta y cinco metros cuadrados, para los jóvenes, asumen una posición letárgica, arrugando los ojos en señal de que calculan mentalmente el área referida. En realidad, se están diciendo a si mismos que treinta y cinco metros es una distancia considerable. Pero como notaron que el tono del comentario indicaba que las dimensiones no podrían ser muy grandes, intentan encoger esa longitud de alguna forma, para que luzca más pequeña. La imagen ante nuestros ojos es muy similar a la de un ordenador mareado en un bucle infinito. Sólo comprenden cuando las televisión muestra imágenes de algún afortunado, en su mini-piso, que con una sonrisa de doble satisfacción evacúa el vientre en su trono de mármol blanco, y al unísono, con toda comodidad, estira ligeramente los brazos para voltear la tortilla que se dora en el fogón, justo al frente.

Esas mismas personas, conocedoras ya de la insignificancia de treinta y cinco metros cuadrados, pueden ser convencidas, en emisión televisiva posterior, de la masiva asistencia a la manifestación de turno. Y maravillados por el apoyo popular a la idea de moda, no reparan en que para repletar del modo descrito la plaza por donde pasean cada tarde, se precisaría agrupar a treinta y cinco ardorosos manifestantes en cada metro cuadrado.

Así son ellos. No debemos odiarlos. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores. ¡Pero nosotros, que comprendemos la vida, no podemos olvidarnos de los números! Me hubiera gustado comenzar esta historia como un cuento de hadas. Me hubiera gustado decir:
"Había una vez un princi Pito que vivía en una gigantesca mansión y que tenía necesidad de un amigo..., como yo" Para aquellos que comprenden la vida, esto les hubiera parecido realmente afortunado.

Confieso que temo llegar a ser como las personas mayores, que no entienden de cifras. Es por eso que, a veces, sueño con seguir un camino de pillaje, como el princi Pito, y llenarme la panza a costa del sudor ajeno. Me permito un pequeño hurto en la oficina, me marcho cuando me toca pagar la ronda de cerveza. Ensayo de varias manera, mejor y peor. Mas, yo, desgraciadamente, no tengo ese desparpajo para el crimen, como mi pequeño asaltante. Tal vez soy un poco como las personas mayores. Debo estarme poniendo viejo.

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