En el ascensor coincidí con el antipático vecino de los altos. A los pocos días de su llegada, sin conocernos apenas, acusó a mis hijos de violar las leyes gravitatorias. Se atrevió a asegurar en público que los envoltorios de caramelos, lanzados por los niños a través de la ventana de la cocina, lograron elevarse hasta su piso. Pudimos perdonarle, pero se obcecó en sus quejas, a pesar del varapalo que le propinamos en el consejo de vecinos, cuando refrendamos por mayoría casi todas las leyes de la física, excepto las relacionadas con agujeros negros, que nunca han estado permitidas en la comunidad.
Me acomodé en el fondo del ascensor para contemplar a mis anchas al advenedizo. Debía admitir que el sombrero jipijapa de segunda mano, la chaqueta de pana, el pantalón de corte impecable y los lustrosos zapatos a dos tonos se avenían a su personalidad. Quizá mi aspecto desaliñado le otorgaba ventaja en la comparación. Durante los últimos años he desatendido la selección minuciosa de mis proveedores. Me acomodé a escoger la ropa en los centros de beneficencia del barrio, cercanos a la casa y con horarios acordes a la dinámica de mi profesión como numerario en las coloridas colas de la Seguridad Social. Ahora que finalmente he logrado tomar mi merecida parte de las arcas públicas, puedo permitirme un aspecto a la altura de mi nuevo status social. La elegancia algo afectada del vecino daba pistas suficientes sobre el origen de su indumentaria: El Rastro.
8 opiniones inteligentes:
Muy bueno, aunque no comprendo las restricciones de los agujeros negros, con lo bien que vienen para deshacerse de la basura.
Un agujero negro sería la gota que colmaría el vaso. Las frecuentes pérdidas de calcetines ya han generado en nuestra comunidad una crispación inusitada.
Si las cosas que uno tira por la ventana fuesen hacía arriba no habría posibilidades de dar a los transeuntes.
Eso pararía a los que tiran globos de agua desde su ventana.
Saludos.
Eso mismo alegué yo en la reunión del Consejo de Vecinos. Pero uno de los invitados, un tal Jouquin o Jouquín, miembro de alguna asociación de discapacitados cercana al edificio, supongo, replicó que si existiera una gravedad negativa los transeúntes pasearían por calles que discurrirían entre las azoteas y los globos de agua seguirían cayendo sobre sus cabezas. No entendí ni media palabra, pero te lo comento por si tú entiendes algo.
gravedad negativa.....
¿en que barrrio vives??
:)
Un saludo.
Lo sé, lo sé, es uno de esos barrios alejados de la mano de Dios.
Si yo contara las anécdotas y situaciones absurdas que he tenido con algún que otro cerril... en fin.
Yo es que no aguanto a los tontos y tenía un vecino, que lo era mucho. Bueno y lo sigue siendo, porque eso con los años no mejora. Con lo suyo, daría para un libro
Ardilla, ¿se trataría de un libro de testimonios o de autoayuda?.
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