Los libros comprados ayer ya adornan los anaqueles de sus nuevos dueños. Sin embargo, yo sigo a contracorriente. He comenzado a leer el volumen que elegí en la feria: ¡Absalón, Absalón! de WilliamFaulkner . No es casual mi encuentro con el viejo sureño. Cabrera Infante me encomendó a Faulkner desde la juerga habanera que compartimos en "La Habana para un infante difunto".
Ustedes, los tres lectores literales y habituales de esta bitácora, pensarán que ahora me empeño en atormentarlos con noticias gastadas. Tranquilos. No les hablaré de éxitos de libreros. Tampoco ejerceré de crítico, más bien todo lo contrario como corresponde al espíritu de Noticias tuneadas.
El asunto de esta breve nota es el curioso hecho de leer dos libros diferentes en el mismo volumen. El primer libro es, por supuesto, el de Faulkner. La otra obra paralela está firmada por el editor, que compite con el autor principal desde las notas al pie de página.
Como les cuento, la obra apócrifa comienza ya en el título. El editor comenta la historia del personaje bíblico Absalón, tercer hijo de David que mató a su hermano Amnón por haber violado a su hermana Tamara. Esta información sobre el origen del título me resultó útil e interesante, aunque me molestó un poco que acto seguido avanzara parte del argumento de la novela. Pero hasta ese momento no sospeché de sus intenciones.
Sin embargo, cuanta es mi sorpresa al pasar la página, para comenzar a leer la novela y encontrar que la parrafada editorial duplica en extensión (usando una letra más pequeña) el espacio que dejaron a Faulkner para iniciar el primer capítulo. Inaudita es también la descarada declarada intensión del doble faulkneriano en vilipendiar la obra y espantar a los posibles lectores. Evalúen ustedes mismos, y cito, "Faulkner tuvo problemas desde su juventud con la puntuación de sus obras....por primera vez se respeta completamente la puntuación original en la traducción al español de esta novela. Sin embargo, soy consciente de que esta decisión puede crear dificultades al lector. En ocasiones, la puntuación no sigue las normas ortográficas, y esto hace que la lectura sea más lenta, que se produzca ambigüedad..."
La senda peyorativa se extiende sin interrupciones a los pies de las primeras diez páginas. Luego los ataques se hacen esporádicos. Me pregunto si el editor quedó exhausto por la intensidad del enfrentamiento y se convenció luego que puede ser fácil intentar ridiculizar al autor con estudiados argumentos, pero es mucho más difícil enfrentarse a la perseverancia que mostró el literato al repletar de palabras todo un volumen. Quizás esa fuerza en el brazo es lo que diferencie al artista de sus críticos.
La otra posibilidad que barrunto es que el editor asumiera que diez páginas bastarían para desalentar al lector no dispuesto a leer el volumen, incluso a expensas de los mayores sacrificios (quizás entonces no se conocieran las técnicas de lectura en el metro que inmunizan de cualquier perturbación exterior). Quién mejor que un crítico para saber que los clásicos que adornan los anaqueles de los Cultos constituyen trofeos ganados en cruentos combates al aburrimiento.
En este punto de mis meditaciones, reapareció mi vieja sospecha sobre los críticos: no disfrutan de las obras porque conocen los trucos de magia del artista, lo que le impide deslumbrarse como a los novatos.
Pero ustedes no se preocupen. No permitiré que el editor consume sus insanos propósitos. Así que me despido para regresar con Absalón.
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