Durante un instante el cerdo dejó de engullir el pienso para mirarme a los ojos. No fue una mirada de agradecimiento. Lo comprendo sólo ahora, sentado frente a los restos grasientos de la chuleta. Con sorna alzo mi copa en su honor, bebo un sorbo y dejo que mis pupilas descansen sobre el mantel blanco. Junto a la botella vacía descubro entonces el sobre abierto del que sobresale la arrugada carta y siento como la preocupación retorna a mi semblante. Un desconocido señor Rodríguez me advierte que el banco no tolerará otro retraso en el pago de las letras de la hipoteca. La sociedad de los cerdos domésticos ha olvidado como sus ancestros salvajes se procuraban su propia comida y guarida, y ha "evolucionado" de forma tan caprichosa que para subsistir depende del alimento y los cuidados que yo le suministro. Sin embargo, yo, el aparente benefactor, fijo a mi provecho el día de su muerte. Me apena que los cerdos no comprendan el drama de su vida.
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2 opiniones inteligentes:
Creo que se están convirtiendo en masa al islamismo. Ten mucho cuidado, que alguno puede salir de Al Qaeda.
Gracias por la advertencia, pero, por cuestión de principios, nunca me fío de los cerdos, y menos de las masas.
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