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NOTICIAS TUNEADAS

Margaritas blancas. I - El golpe.


24 noviembre 2008


Inocencio miró calle arriba y calle abajo, sin saber a dónde dirigirse. Absorto en esta trascendental meditación, atrajo la atención de la maceta de margaritas blancas que caía desde el sexto piso. Las flores concedieron numerosas oportunidades al desconocido: intentaron retrasar el inevitable descenso aferrando sus delicados pétalos a las ráfagas de aire que ascendían, y con el fin de desviar su trayectoria, fingieron tropezar con los rebordes que sobresalían de la pared de ladrillos. Tanto se obcecó Inocencio en su inmovilidad frente a la puerta del bar, que las cándidas margaritas se vieron obligadas a frenar la caída en su incipiente calva. El alelado cerebro no comprendió lo sucedido. Al notar la rotunda oscuridad que inundó la clara mañana de verano, el juicioso órgano, en su afán por disimular la ignorancia de los hechos y para no poner en evidencia su incompetencia a tan alto cargo a nivel corporal, ordenó que un potente chorro de líquido caliente corriera por la pernera del pantalón, calmando al cuerpo asustado, como acostumbraba años atrás, durante la infancia, cuando apagaban la luz de la habitación.

Aún presa del momentáneo éxtasis, tendido boca arriba, contemplaba embelesado como una nube de pétalos luminosos descendía sobre él, cual hojas de otoño. Cuando estaban casi sobre su rostro, descubrió divertido que los supuestos pétalos eran en realidad un ejército de calcetines luminosos que se precipitaban sobre su cuerpo tumbado y se apagaban al tocarlo. Las medias resultaban extrañamente familiares para Inocencio. Intuía que todas ellas habían desaparecido misteriosamente a lo largo de su vida, y regresaban ahora como una radiante retrospectiva de los años pasados. Al chaparrón textil, siguió otro de pinzas para tender la ropa, formularios rellenos con letra de imprenta mayúscula, discos que le harían ruborizar si los mostrara en público, y hasta viejas revistas de comics, en búsqueda y captura hacía más de dos décadas. Cuando cesó la lluvia, yacía cubierto por una montaña de objetos reencontrados, sin poder ni querer moverse. A lo lejos se veían algunos relámpagos. Uno de los ellos, prefirió aumentar contra natura su tamaño y luminosidad hasta transformarse en una gigantesca pantalla de televisión cuyo borde se confundía con el oscuro cielo. Como si hubieran leído mi pensamiento, se sorprendió Inocencio.

En la pantalla apareció una multitud de personas que huían despavoridas, con el terror reflejado en sus rostros. Inocencio, disciplinado televidente y aficionado a las manifestaciones que retransmiten en el telediario, se esforzaba en descubrir caras conocidas entre la gente. De pronto una sombra se posó sobre la muchedumbre, le precedía un ruido ensordecedor, similar al del motor de una avioneta, que se impuso sobre el general griterío. Los aterrados seres se llevaba las manos a la cabeza para intentar protegerse de un previsible impacto. Sobre el gentío aterrizó un inmenso cartel que rezaba: "Bienvenido" al infierno. No parece latín, sentenció Inocencio al reconocer una lengua tan poco infernal. Por un instante se hizo un silencio sepulcral.

Del lado oscuro, una voz femenina, que se identificó como Teleffonika, comenzó a ofrecer insistentemente a Inocencio la comunicación con un ser querido a cambio del 25% de su alma, durante el primer minuto. A diferencia de las recomendaciones comerciales habituales, el mismo mensaje era repetido hasta la saciedad, usando técnicas publicitarias tan variopintas que pasaban de la risa al llanto, sin descuidar cualquier posible estado de ánimo intermedio. Inocencio estuvo tentado a aceptar la oferta, aunque sospechaba de la naturaleza de aquel trueque, por no estar muy seguro de la cotización de su ánima en esos momentos.

Con la fe indemne de un avezado televidente, aguardó paciente algún cambio. Afortunadamente, amainó la información publicitaria cuando la anunciante comprendió que no podría quebrar la impasible voluntad del solitario espectador. El nuevo programa mostraba a un grupo de adolescentes aireando trivialidades en una plaza de pueblo. Inocencio disfrutaba su sobreactuación, nítida y desfasada, propia de una serie matinal. Una voz sobresalió entre la algarabía llamando a Angélica. Inocencio se percató entonces de que conocía a esas jóvenes desde años atrás, cuando comenzó a asistir al Instituto. La dulce respuesta de la chica interpelada iluminó su rostro y, a la par que la cámara, su mente enfocó la bella cara, hasta traerla al primer plano de los recuerdos y de la pantalla. Angélica, murmuró Inocencio con la misma platónica ilusión de años atrás.

II. Angélica.


2 opiniones inteligentes:

Chafardero dijo...

Realmente infernal la voz de la señorita de Teleffonika.

Serio Y. Pérez dijo...

Sin lugar a dudas, trátese del mundo de los vivos o el de los muertos.

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