"A mi edad es más práctico adoptar un hijo que mantener a un marido", razonaba Mima Mita reclinada sobre el respaldo de su poltrona. "Un hijo sacaría más provecho de esta casa tan grande, la llenaría de alegría, mientras que un esposo se transformaría a los pocos meses en un ser silente que dormita frente al televisor. Otra opción podría ser una de esas mascotas adictas al pienso, pero no, un hijo resultaría más divertido, y es posible que hasta Clara Ida retome el interés por mi salud, si encuentra a mi lado a un heredero más digno de cariño. Los celos es el único sentimiento que ha desarrollado esa pobre criatura de Dios, quien se asemeja y apega cada día más a su marido, y menos a mi, su madre biológica. Como si mutara. Si Paco la viera, o mejor dicho, si yo viera al mil veces maldito Paco. ¡Tanto me ha hecho sufrir ese hombre! Aún me pregunto quién lo llamó aquella tarde. Paco sólo me comentó que debía darse prisa porque habían sacado la Cámara Baja del Senado a cotizar en bolsa, y las acciones se agotarían en pocos minutos. Prometió regresar pronto. Tardo media hora -me dijo-. Y doce años después no ha cumplido su palabra".
Sin embargo, una profunda voz interior le aconsejaba que ya había pasado la edad propicia para adoptar a una criatura. Mima Mita ordenó callar a la doméstica, que tiene la molesta costumbre de desordenar sus pensamientos tanto como sus armarios, y decidió que probaría otros estímulos antes de decidirse por la adopción. Durante los dos meses siguiente envió SMS de un euro setenta a los programas de televisión, y esperó pacientemente a leer los mensajes en pantalla, escribió cartas anónimas a hacienda denunciando a E.T.A. por evasión de impuestos, intentó subastar en eBay los mensajes navideños del Rey, tomó a escondidas fotos de María Patiño desnuda y amenazó luego a la noticista con divulgar las imágenes en los medios si no fingía un orgasmo ante las cámaras, escuchó la Cope en misa, y se apuntó a un máster de exorcismos comparados con mención en Educación para la Ciudadanía. Cuando comprobó que ninguno de esos subterfugios llenaba su vida, comprendió que había llegado el momento de adoptar un hijo.
Nueve largos meses transcurrieron antes que Simpa Sado se instalara en el dormitorio con vistas a la Plaza de los Cuencos, en posesión de los máximos privilegios domésticos que le otorgó Mima Mita, madre adoptiva rebosante de ilusiones ante la nueva vida que se asomaba a su vieja casa. Los padres naturales de Simpa Sado se vieron obligados a renunciar a la custodia de su legítimo y único hijo porque la modesta pensión de Don Sado ya no permitía sufragar los gastos crecientes de su querido vástago, quien con 42 años bien cumplidos no había logrado aún la ansiada estabilidad laboral.
- Es nuestra culpa -reconocía con tristeza la madre, cuatro meses atrás, ante el comité de adopción-, apostamos por una educación basada en la meditación contemplativa que jamás funcionará en un país tan atrasado como este -explicaba la señora buscando la mirada la aprobación de su esposo, quien a su vez asentía todo el tiempo con la cabeza, con tal cara de preocupación que parecía prestar atención a lo que estaban contando.
- El mercado de trabajo es incapaz de proporcionar empleo a un especialista en telequinesia tan cualificado como Simpín, nuestro hijo -prosiguió la señora-. Él está capacitado para desplazar con su mente objetos de hasta diez miligramos, para encender el televisor y hacer zapping sin necesidad de mando a distancia, e incluso, para predecir la programación con tres semanas de antelación.
Dicho esto, la señora consideró que había dado argumentos suficientes y ufana extrajo del bolso sus labores, para continuar tejiendo el jersey que regalaría en Navidad a Simpa Sado. Entonces el padre, distraído de sus meditaciones por el silencio que sorpresivamente colmó el salón, sospechó que los evaluadores esperaban por su opinión, así que se levantó de la silla para reprocharle al hijo:
-Si al menos te casaras, hijo mio. Una mujer siempre se las ingenia para convertir tu vida en un...
-Simpín no ha tenido suerte en el amor -interrumpió su esposa-. Yo hasta me alegro, porque las mujeres de hoy en día no son de fiar.
Simpa Sado se siente ahora tan cómodo con Mima Mita, que apenas nota la diferencia con su antiguo hogar. Cada nuevo día, ella espera a que Simpa Sado despierte, pasadas las dos de la tarde, para tomar juntos el desayuno. Ella habla sin parar y él se limita a escuchar con la mirada atenta a las tostadas restantes en la panera.
-¿En qué piensas, Simpa? -pregunta Mima Mita cuando nota que su interlocutor no ha pronunciado palabra.
-No te preocupes, Madre. Yo no soy de tener opiniones propias. Las ideas originales se agotaron hace mucho tiempo. A nosotros sólo nos queda repetir viejas ideas, una y otra vez, y yo soy demasiado orgulloso para tomar pensamientos ajenos. Excepto en esta ocasión, que tomé prestado lo que acostumbra a comentar un amigo en el bar.
Cuando terminan el desayuno, Mima Mita sale de compras, mientras Simpa Sado se enfrasca en una rigurosa lectura de los diarios de la mañana, que le mantiene ocupado hasta el regreso de la madre adoptiva. Sólo después de la siesta, Simpa Sado se asoma a la calle e inicia un recorrido exploratorio por sus bares favoritos. Encuentros fortuitos, llamadas telefónica a amigos y conocidos, y agotadoras discusiones a pie de barra le permiten elaborar el guión de su salida nocturna: el evento más importante del día. Cuando se han aclarado sus planes, regresa a cenar a casa, y al salir, nunca falta el sobre, con algo de dinero, apoyado en el frasco de su colonia favorita; diario presente colocado por Mima Mita con discreción, mientras Simpa Sado se cepilla los dientes. Precisamente a estas horas, los padres biológicos suelen echar de menos a su hijo:
-Ya ha pasado un año de su partida. ¿No te parece increíble, Simpa?
-Así mismo es. Hubo un tiempo en que pensé que nuestro hijo no se marcharía de casa, como todo hombre de bien. Pero ya tú vez, me equivoqué.
1 opiniones inteligentes:
Mal anda el mercado de trabajo cuando no puede colocar a gente tan especializada.
Es duro ser niño adoptado y que te malcrien cuatro padres
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